lunes, 4 de febrero de 2013

La fábrica del olvido



Desmontaba su futuro tirando por la borda todo lo que encontraba, se olvidaba de que las puertas servían también para abrirse, dejó de utilizar su termo para calentar y empezó a quemar toda madera en la chimenea, llenándose todo de un humo espeso y oscuro que pronto hizo desvancer todo lo construido. Mientras tiraba los restos de caña, que al azar elegía, intentaba buscar un recuerdo de color rojo con el sonido de fondo del bambú rodando por el suelo. Destruía hasta los marcos de las puertas, pues no había ya entradas ni salidas, tan sólo un pasillo sin final. Y fuera, el suelo se perdía entre la mierda, mierda que un día fue parte de una casa que con sutileza, veía pasar día tras día, a miles de personas, llendo y viniendo. Andando y corriendo. Riendo o hablando. Ahora, sólo quedan escombros y alguna que otra libreta con su firma. La firma de la casa.
En la esquina, unas balanzas abandonadas hacen balance de las grandes pérdidas habidas. Dan señal de lo que fue y ya no es. Las estructuras de la salas de almazenaje llacen carcomidas sosteniendo al aire, mientras en la cámara refrigeradora se acumula el calor del olvido. Ahora, muebles abandonados acumulan polvo y las tapas de un producto que ya no se fabricará más esperan al vacío en cajas amontonadas. Ya no hay actividad entre estas paredes. Ya nadie utiliza ese ascensor, las enredaderas son las únicas que suben al segundo nivel. No hay  más subidas, no hay bajadas. La linea de teléfono fue cortada. El número, ya nadie recuerda cuál fue el número de teléfono. Ya nada volverá a sonar entre estas paredes. Ya nada más que el olvido habita esta fábrica, la fábrica del olvido.

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